“Quiero crear una marca internacional de la que los chinos estén orgullosos”, decía hace poco Lei Jun, consejero delegado de Xiaomi, que en una tosca copia de Steve Jobs –le faltaba aparte de la originalidad la sentencia vital en forma de cáncer que padeció el americano– presentó recientemente el último modelo de su teléfono –para muchos una burda copia del iPhone; para mí no sería una sorpresa ya que China copia más que crea– en un show vergonzante donde Lei Jun jugó a ser Steve mientras público y periodistas pasaban por alto aquella vergüenza ajena. ¿Serían maniquíes? ¿O chinos pagados para aplaudir a rabiar como fueron abonados por adelantado los pro-chinos que hace una semana se manifestaron en Hong Kong a favor de la unión fraternal entre la antigua colonia británica y la República Popular?
China sigue a lo suyo: la supuesta empresa puntera en tecnología del país que lleva copiando tecnología desde hace tres décadas basa su éxito en el orgullo nacional, una parida que se acerca tanto a Batasuna como a los nazis pasando por los que asumen que su identidad nacional es mucho más importante que su presente, futuro y anécdotas. Lei Jun –y me juego al gaznate contra un cuchillo bien afilado– está mucho más interesado en ganar dinero que en utilizar de pareo la bandera china. Y a los hechos me remito.
Xiaomi, que según un par de amigos que viven en Pekín cuando alguno de sus terminales se cae al suelo revienta su pantalla que luego cuesta casi tanto como el mismo teléfono, es lo máximo que China puede ofrecer al mundo tras décadas de espionaje, explotación laboral, contratación de eminencias occidentales y demás bajezas varias. Y es por ello que, como siempre, su única ventaja es el precio, que en algunos casos llega a ser la mitad que un iPhone o un Samsung.
‘Phone Arena’, que parece ser posee prestigio en esto de los móviles, ha calificado la ROM de Xiaomi como “la más vergonzosa copia de iOS que puedas encontrar”. Su precio, visiblemente más bajo que sus competidores serios y realmente creadores (Samsung y Apple) genera una sana duda: ¿cómo es posible que Xiaomi pueda componer un teléfono móvil a la altura de coreanos y americanos con precios de chiste?
Y luego me pregunto por qué estoy escribiendo de chinos que copian. Que ya van ocho años dándole a la tecla y su horizonte sigue mucho más lejano que la antípoda de un mutilado en ambas extremidades inferiores. Que cuando he visto el video de un chino llamado Lei Jun, presentando en vaqueros y camiseta negra su última copia, he pensado que el mundo no tiene arreglo salvo si China prosiguiera con su descenso a los infiernos: última etapa de una época que nos hará desaparecer de la faz de la Tierra.